Las historias se narran con canciones: crónica de Los Bukis en Monterrey

Cada concierto cuenta una historia, pero contrario a lo que pudiera pensarse, el protagonista no es quien está en el escenario, sino quien observa y canta desde abajo. Acá abajo, entre el público, sucede realmente todo. Acá abajo se cuentan las historias más extraordinarias; como las que escuché anoche mientras esperaba en la fila para ... Leer más

Los Bukis dan la despedida en Monterrey

Cada concierto cuenta una historia, pero contrario a lo que pudiera pensarse, el protagonista no es quien está en el escenario, sino quien observa y canta desde abajo. Acá abajo, entre el público, sucede realmente todo. Acá abajo se cuentan las historias más extraordinarias; como las que escuché anoche mientras esperaba en la fila para ingresar al Estadio Mobil Super donde Los Bukis se despedirían de su público, de nuevo, después de un esperado y exitoso reencuentro.

Pasaron veinticinco años para que esto fuese posible. La respuesta ante el anuncio del regreso fue tal que en los titulares se afirma que es una de las giras más lucrativas a nivel mundial. Era un hecho: todos los fans estarían ahí, los de antes -los que están- y los de ahora. El éxito asegurado. “Una historia cantada”, así se llama la gira del reencuentro de Los Bukis.

Anoche, mientras esperaba ingresar al estadio, escuché tal cantidad de historias que no podría terminar de contarlas en una crónica de concierto. Al lado de mí estaba un grupo de personas que decían venir desde Los Ángeles, llevaban chaquetines con el nombre del grupo impreso en la espalda, y entre ellos resaltaban dos personajes: uno de ellos, el clon del Marco Antonio Solís de los noventa; el otro, una señora con una playera de Los Bukis y banda en la frente también con el nombre del grupo, quien para sorpresa de todos, y ante el lente de una cámara, se descubrió los brazos para presumir sus tatuajes, en el derecho llevaba la cara de Marco Antonio Solís y en el izquierdo el logo de la agrupación.

Por acá y por allá se escuchaban las conversaciones. Cúlpenme de entrometida, pero qué seríamos los reporteros sin ese título. Algunas personas decían venir desde distintas partes del país y “del otro lado del charco”: de Saltillo, Laredo, McAllen, Durango, Zacatecas o Torreón. Otros presumían su récord de conciertos de Los Bukis, y otros tantos su primera vez. ¡Qué maravilla! Aquello era una procesión de lentejuelas, tacones, sombreros de vaquero, sacos, vestidos de fiesta, maquillaje de salón, playeras de Los Bukis, ramos de flores y bandas en la frente.

Desde antes de las siete de la noche, los asistentes comenzaron a hacer largas filas para ingresar al estadio, pero fue aproximadamente hasta las ocho y media que los de gradas comenzaron a ingresar. No pasó lo mismo con las personas que teníamos boleto de cancha, ya que tuvimos que esperar por un par de horas más. Cansados y molestos aguardábamos por noticias, alguien que informara el porqué del retraso, pero nadie apareció. La gente comenzó a especular: que si le había pasado algo a alguno de los integrantes, que si cancelarían. Y los rumores comenzaron a propagarse entre las filas: que todo era por las sillas que no llegaban, que ya las estaban acomodando, que ya estaban circulando videos. Lo cierto es que fueron más de tres horas las que estuvimos formados; algunas personas esperaron más.

Pasadas de las nueve cuarenta de la noche se escuchó el alboroto de la gente que festejaba la apertura de las puertas. Entonces vino el desorden: los empujones y los reclamos. Todos caminamos a paso lento, apiñados hasta las puertas. Adentro seguía el desorden: las sillas estaban en su lugar, mas no bien alineadas; algunas personas encontraron sillas apiladas y decidieron tomarlas. No hubo nadie que me indicara dónde estaba mi lugar, yo misma tuve que abrirme paso entre la gente y dar uno que otro pisotón para llegar a mi asiento. Al final me encontré con una vista privilegiada, desde mi lugar se podía ver claramente el escenario y además contaba con una vista panorámica del lugar. ¡Borrón y cuenta nueva!, pensé.

Mientras cancha se terminaba de acomodar, en las pantallas se proyectaban videos publicitarios que invitaban a visitar el Hotel Mansión Solís, a probar el tequila Tesoro Azul y la Buki salsa. Luego se apagaron las luces y comenzó un video de Mar Solís cantando “Más que tu amigo”. Qué bonita es la hija de Marco.

A las once de la noche apareció el intro, en él se escuchaban las voces de los integrantes que invitaban a liberar el alma y hacer la noche inolvidable. Y entre humo y gritos aparecieron, por fin, Los Bukis. ¡La espera había terminado! “Mi fantasía” retumbó en el estadio. Los celulares se alzaron para enfrascar el recuerdo, las personas se pusieron de pie y los vendedores se quedaron sin cervezas. Entonces vino una de las esperadas: “Cómo fui a enamorarme de ti”. Al terminar, El Buki mayor saludó al público.

“Mira nada más. Nos encontramos acá en Nuevo León. Gracias. Mire usted lo que hace la buena voluntad, lo que hace un deseo profundo anidado en el corazón. Veinticinco años después, vea usted. Esta noche es para recordar los buenos momentos de la vida, allá, aquellos años. Esta noche es también para traerlos al presente y vivirlos, disfrutarlos, amarlos, anidarlos, tomar una fotografía que se quede en el alma, guardada para siempre… ¡Pásenla bien, Monterrey! ¡Bienvenidos!”

Y precisamente eso fue lo que pasó por el resto de la noche. Desde mi lugar podía ver la emoción en las caras del público, iluminadas por las luces del escenario. Las sonrisas al dispararse los recuerdos, incluso llantos. Familias completas compartiendo, bailando, narrando sus historias a través de las canciones. Yo también canté la mía.

“Porque siempre te amaré” y “Quiéreme” sonaron; y las flores, los Simis y los peluches comenzaron a caer sobre el escenario.

Hubo un momento de la noche en el que el tema del retraso tuvo que abordarse. Eusebio Cortés, bajista de la banda, se disculpó por el inconveniente. “Gracias por su paciencia”, dijo. En breve fue interrumpido por un “Bueno vamos a movernos un poquito, ¡venga!”, que venía de Marco Antonio.

Dejando de lado los inconvenientes en la logística del evento, los que estuvimos anoche en este concierto histórico tuvimos la oportunidad de ver una producción de calidad, con un excelente sonido e iluminación, y qué decir de la magnífica voz de Marco Antonio Solís que sigue intacta, lo mismo pasa con la energía de Javier Solís, “el del pandero”, que sigue acaparando la atención.

“Morenita” no tuvo reparos, quien hasta entonces no había bailado, al final no pudo resistirse con este tema; el estadio entero bailó al ritmo de cumbia. Casi para el final escuchamos “Presiento que voy a llorar”, “Necesito una compañera”, “Tus Mentiras” y “Tu Cárcel”, temas que desbordaron los sentimientos y desgarraron gargantas.
Y se acabó, o al menos eso pensábamos, pues después de un breve receso, los músicos regresaron para interpretar “Qué duro es llorar”. Después vino otra falsa despedida y ante el reclamo de “otra, otra”, comenzó “Loco por ti”, “Necesita de ti” y “Si vieras cuánto”. “Navidad sin ti” despidió la velada.

Fue una noche de nostalgia en la que nos alcanzó la una de la madrugada. Más de dos horas y media de concierto, veinticinco años resumidos, la historia cantada. Esta vez, dicen, fue la última. Con esta presentación se despiden. Pero los asistentes no le restan, le suman esta noche a su historia personal, a los recuerdos que atesorarán y compartirán con las próximas generaciones.

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Cada concierto cuenta una historia, pero contrario a lo que pudiera pensarse, el protagonista no es quien está en el escenario, sino quien observa y canta desde abajo. Acá abajo, entre el público, sucede realmente todo. Acá abajo se cuentan las historias más extraordinarias; como las que escuché anoche mientras esperaba en la fila para ingresar al Estadio Mobil Super donde Los Bukis se despedirían de su público, de nuevo, después de un esperado y exitoso reencuentro.

Pasaron veinticinco años para que esto fuese posible. La respuesta ante el anuncio del regreso fue tal que en los titulares se afirma que es una de las giras más lucrativas a nivel mundial. Era un hecho: todos los fans estarían ahí, los de antes -los que están- y los de ahora. El éxito asegurado. “Una historia cantada”, así se llama la gira del reencuentro de Los Bukis.

Anoche, mientras esperaba ingresar al estadio, escuché tal cantidad de historias que no podría terminar de contarlas en una crónica de concierto. Al lado de mí estaba un grupo de personas que decían venir desde Los Ángeles, llevaban chaquetines con el nombre del grupo impreso en la espalda, y entre ellos resaltaban dos personajes: uno de ellos, el clon del Marco Antonio Solís de los noventa; el otro, una señora con una playera de Los Bukis y banda en la frente también con el nombre del grupo, quien para sorpresa de todos, y ante el lente de una cámara, se descubrió los brazos para presumir sus tatuajes, en el derecho llevaba la cara de Marco Antonio Solís y en el izquierdo el logo de la agrupación.

Por acá y por allá se escuchaban las conversaciones. Cúlpenme de entrometida, pero qué seríamos los reporteros sin ese título. Algunas personas decían venir desde distintas partes del país y “del otro lado del charco”: de Saltillo, Laredo, McAllen, Durango, Zacatecas o Torreón. Otros presumían su récord de conciertos de Los Bukis, y otros tantos su primera vez. ¡Qué maravilla! Aquello era una procesión de lentejuelas, tacones, sombreros de vaquero, sacos, vestidos de fiesta, maquillaje de salón, playeras de Los Bukis, ramos de flores y bandas en la frente.

Desde antes de las siete de la noche, los asistentes comenzaron a hacer largas filas para ingresar al estadio, pero fue aproximadamente hasta las ocho y media que los de gradas comenzaron a ingresar. No pasó lo mismo con las personas que teníamos boleto de cancha, ya que tuvimos que esperar por un par de horas más. Cansados y molestos aguardábamos por noticias, alguien que informara el porqué del retraso, pero nadie apareció. La gente comenzó a especular: que si le había pasado algo a alguno de los integrantes, que si cancelarían. Y los rumores comenzaron a propagarse entre las filas: que todo era por las sillas que no llegaban, que ya las estaban acomodando, que ya estaban circulando videos. Lo cierto es que fueron más de tres horas las que estuvimos formados; algunas personas esperaron más.

Pasadas de las nueve cuarenta de la noche se escuchó el alboroto de la gente que festejaba la apertura de las puertas. Entonces vino el desorden: los empujones y los reclamos. Todos caminamos a paso lento, apiñados hasta las puertas. Adentro seguía el desorden: las sillas estaban en su lugar, mas no bien alineadas; algunas personas encontraron sillas apiladas y decidieron tomarlas. No hubo nadie que me indicara dónde estaba mi lugar, yo misma tuve que abrirme paso entre la gente y dar uno que otro pisotón para llegar a mi asiento. Al final me encontré con una vista privilegiada, desde mi lugar se podía ver claramente el escenario y además contaba con una vista panorámica del lugar. ¡Borrón y cuenta nueva!, pensé.

Mientras cancha se terminaba de acomodar, en las pantallas se proyectaban videos publicitarios que invitaban a visitar el Hotel Mansión Solís, a probar el tequila Tesoro Azul y la Buki salsa. Luego se apagaron las luces y comenzó un video de Mar Solís cantando “Más que tu amigo”. Qué bonita es la hija de Marco.

A las once de la noche apareció el intro, en él se escuchaban las voces de los integrantes que invitaban a liberar el alma y hacer la noche inolvidable. Y entre humo y gritos aparecieron, por fin, Los Bukis. ¡La espera había terminado! “Mi fantasía” retumbó en el estadio. Los celulares se alzaron para enfrascar el recuerdo, las personas se pusieron de pie y los vendedores se quedaron sin cervezas. Entonces vino una de las esperadas: “Cómo fui a enamorarme de ti”. Al terminar, El Buki mayor saludó al público.

“Mira nada más. Nos encontramos acá en Nuevo León. Gracias. Mire usted lo que hace la buena voluntad, lo que hace un deseo profundo anidado en el corazón. Veinticinco años después, vea usted. Esta noche es para recordar los buenos momentos de la vida, allá, aquellos años. Esta noche es también para traerlos al presente y vivirlos, disfrutarlos, amarlos, anidarlos, tomar una fotografía que se quede en el alma, guardada para siempre… ¡Pásenla bien, Monterrey! ¡Bienvenidos!”

Y precisamente eso fue lo que pasó por el resto de la noche. Desde mi lugar podía ver la emoción en las caras del público, iluminadas por las luces del escenario. Las sonrisas al dispararse los recuerdos, incluso llantos. Familias completas compartiendo, bailando, narrando sus historias a través de las canciones. Yo también canté la mía.

“Porque siempre te amaré” y “Quiéreme” sonaron; y las flores, los Simis y los peluches comenzaron a caer sobre el escenario.

Hubo un momento de la noche en el que el tema del retraso tuvo que abordarse. Eusebio Cortés, bajista de la banda, se disculpó por el inconveniente. “Gracias por su paciencia”, dijo. En breve fue interrumpido por un “Bueno vamos a movernos un poquito, ¡venga!”, que venía de Marco Antonio.

Dejando de lado los inconvenientes en la logística del evento, los que estuvimos anoche en este concierto histórico tuvimos la oportunidad de ver una producción de calidad, con un excelente sonido e iluminación, y qué decir de la magnífica voz de Marco Antonio Solís que sigue intacta, lo mismo pasa con la energía de Javier Solís, “el del pandero”, que sigue acaparando la atención.

“Morenita” no tuvo reparos, quien hasta entonces no había bailado, al final no pudo resistirse con este tema; el estadio entero bailó al ritmo de cumbia. Casi para el final escuchamos “Presiento que voy a llorar”, “Necesito una compañera”, “Tus Mentiras” y “Tu Cárcel”, temas que desbordaron los sentimientos y desgarraron gargantas.
Y se acabó, o al menos eso pensábamos, pues después de un breve receso, los músicos regresaron para interpretar “Qué duro es llorar”. Después vino otra falsa despedida y ante el reclamo de “otra, otra”, comenzó “Loco por ti”, “Necesita de ti” y “Si vieras cuánto”. “Navidad sin ti” despidió la velada.

Fue una noche de nostalgia en la que nos alcanzó la una de la madrugada. Más de dos horas y media de concierto, veinticinco años resumidos, la historia cantada. Esta vez, dicen, fue la última. Con esta presentación se despiden. Pero los asistentes no le restan, le suman esta noche a su historia personal, a los recuerdos que atesorarán y compartirán con las próximas generaciones.

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